miércoles, 8 de mayo de 2013

El Ferguson de mi generación


por Carlos Martín Rio

Recuerdo a un señor masticando chicle y saltando de alegría como si fuera un chavalín escocés cualquiera que juega al balón en las calles sucias de Glasgow -como nunca he estado en Glasgow, me imagino que sus suburbios están sucios, especialmente en la década de los cuarenta, en los años en los que ese chico hoy septuagenario aprendía lo que significaba celebrar un gol-. Digo que lo recuerdo bien, pero no sé quién era el rival, ni la competición, ni quién había marcado el gol. Pongamos que era el Leeds, era la Premier y marcó Cantona. Pues bien, yo no quería ser futbolista, ni siquiera entrenador. Solo quería ser un aficionado. Quería vivir fútbol. Quería ver a esos ingleses vestidos de rojo ganar. Y no, hoy no soy hincha de los red devils. Ni siquiera me caen bien del todo. Pero vosotros tampoco seguís pasándolo pipa con los juguetes que os volvían locos cuando teníais diez años, ¿no?

Al tema. El mundo corre tan deprisa que la gente de 25 años ya cree haber vivido lo suficiente para sentir nostalgia. Lo que nos diferencia de los mayores en este sentido, es que los jóvenes estamos lo suficientemente cerca de nuestros recuerdos para saber que no todo tiempo pasado era mejor o más bonito. En muchas cosas sí, evidentemente. Pero los hoy sibaritas del fútbol eran, en los noventa, básicamente yonquis. Pensar hoy en la forma como mendigábamos resúmenes, goles y ya no digo retransmisiones de fútbol inglés es muy entrañable, aunque un tanto inquietante. Pero así nos formamos, alimentándonos de planos furtivos de estadios abarrotados y pelotazos largos que aparecían por casualidad en el televisor. Veíamos jugadas que luego emulábamos, sin suerte, en la plaza del barrio. Así empecé a ver al Manchester United que entrenaba ese tal Ferguson. Así empecé a ver fútbol inglés. Y hasta hoy. Literalmente.

Cada generación tiene su Ferguson. Ferguson las tiene todas. 

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