Recuerdo que me reí cuando una vez, hará cosa de un año, un compañero se refirió al Arsenal como el "Farsenal". No compartía su opinión, pues reconozco que siento cierta admiración hacia los gunners, pero entiendo perfectamente que muchos aficionados ya le esten empezando a perder el respeto a un equipo que no cuenta para casi nadie como favorito para llegar hasta el final con opciones de luchar por la Premier League, por mucho que nos quieran vender esa historia del big four. No es un caso tan extremo como el Liverpool -los reds han decidido de repente convertirse en un equipo mediocre, un conjunto, permitidme la expresión, de "cichinabo"-, pero si que es evidente que su línea de los últimos seis años se ha mantenido regular en un segundo nivel bastante preocupante. Desde que la generación que se alzó con el titulo liguero en 2004 caducó, y el rastro de aquella primera hornada de jugadores llegados de la mano de Arsène Wenger -Petit, Parlour, Henry, Overmars,..- desapareció del mapa, se está viviendo una cruda transición -palabra casi siempre maldita en el fútbol-: años llenos de fichajes mediocres, proyectos fallidos y talento desaprovechado, que nos llevan a preguntarnos, a nosotros, que estamos a una distancia prudencial del norte de Londres, si Wenger no es ya, en el fondo, una sombra de lo que fue.
El francés, amo y señor antes de Highbury y ahora del Emirates, cuenta con el respaldo y el respeto de su gente. Y eso es sin duda un hecho a tener en cuenta, tratándose, en este caso, de una masa social tan peculiar y especial com lo es la nación gooner. Y es precisamente por eso que da la sensación que el viejo Arsène cree trabajar con un crédito infinito. Su obsesión por la caza del talento joven le ha llevado a olvidarse de la competitividad y -lo que es más preocupante-, le ha llevado a dejar a su equipo huérfano en el campo, vagando en medio de una contraproducente anarquía que se acentúa cuando Cesc Fàbregas no está sobre el terreno de juego.
No, el crédito no es interminable, por mucho que antes fueras una máquina de ganar dobletes. La situación ha cambiado y el Arsenal, pese a que mantiene el gusto por jugar con la pelota en el césped, pierde cada temporada un punto de competitividad. ¿Nadie se pregunta por qué ya no nos sorprende que los otrora temibles cañoneros, ahora sin pólvora, se planten en Stamford Bridge como inevitables víctimas propiciatorias?
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