por Carlos Martín Rio
Entre huelgas, protestas,
ruido y furia arrancó el Mundial de Brasil. Con una previa tan ajetreada, la
sensación general era que los brasileños jugaban contra sí mismos, contra los
silbidos dentro y fuera de la cancha, contra los fantasmas del maracanazo como símbolo
del ridículo nacional. Scolari y sus muchachos iniciaban el campeonato con el
objetivo de ganarse el respeto de una opinión pública que se divide entre los
que directamente no creen en el torneo y los que, aun tragándose el derroche
que ha supuesto la organización del certamen, son incapaces de tener fe en un
conjunto que por muy amarillo que vista, tiene un reflejo gris.
El invitado a la fiesta
de inauguración era Croacia, esa selección indomable que desde que compite a
nivel internacional siempre ha enseñado un nivel superior al de sus hermanos
balcánicos. A los nostálgicos nos invade el recuerdo de 1998, pero no por ello hoy
menospreciamos a la generación croata actual, un conjunto que, con algunos futbolistas
consolidados en la élite europea, logra casi el equilibrio deseado entre clase
y entrega.
Empieza el partido y un
brasileño decente tiende a pensar que, después de ver actuar al hortera de
Pitbull, la cosa no puede ponerse peor. Pero sí. Croacia sorprende a la defensa
brasileña y propicia un gol en propia puerta de Marcelo. 0-1. Un escalofrío
recorre Sao Paulo. La orgullosa pentacampeona, herida, no tiene más remedio que
tirar de individualidades. Y en estas que aparece el discutido Neymar. Por si
cabía alguna duda, el delantero del FC Barcelona es el único líder de Brasil. Y esto
es una mala noticia para los brasileños. No porque el bueno de Junior, uno de
los tres o cuatro mayores talentos del planeta fútbol, sea incapaz de asumir
tal responsabilidad. No solo puede hacerlo sino que lo hará. Es una mala
noticia porque, una vez más, la falta de preparación, la falta de proyecto,
hiere en lo más hondo de la filosofía brasileña. Brasil es la mayor cantera de
futbolistas mundo. Así lo es y así lo será. Sigue dando jugadores que le
permiten ser la máxima favorita para ganar el mundial. Si levantan el trofeo a
nadie le va a extrañar lo más mínimo. El problema llega cuando nos damos cuenta
que tras la cantera, tras el talento individual, no hay escuela colectiva. No
hay estilo. No hay marca. No enamora. Y, en consecuencia, no hay futuro a largo plazo. De ahí los silbidos exigentes de la
torcida.
Ah, sí, el árbitro.
El árbitro se llama
Yuichi Nishimura y es japonés de los de Tokio. Con 1-1 en el marcador, ve como Fred
cae en el área fingiendo una especie de desmayo sobreactuado que emocionaría al
mismísimo Dani Martín Alexandre. Penalti. La FIFA suma y sigue. Sabíamos que
iban a ayudar al anfitrión, como manda la tradición, pero no por ello deja de
ser lamentable. Lo más gracioso de todo es que, minutos antes, tras el gol de
Croacia, la realización nos mostró la nueva tecnología que permitirá acabar con
los goles fantasma. Nos decían “¿veis? Se acabaron para siempre las
suspicacias”. De traca. Si yo tuviera el mismo interés que la FIFA por la
innovación tecnología, ahora mismo estaría colocando este texto con cuidado en
la patita de una paloma.
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