jueves, 24 de noviembre de 2011

CORAZÓN DE NICOSIA



por Carlos Martín Rio

El APOEL es la revelación de la temporada en Europa y su logro es una de las mayores sorpresas en la historia reciente de la Liga de Campeones. Los hombres que tiene a sus órdenes el serbio Ivan Jovanovic se han asentado en lo más alto la historia del fútbol de Chipre, al haberse convertido en el primer equipo de este pequeño estado mediterráneo que es capaz de alcanzar los octavos de final de la mayor competición de clubes del continente.

En el Estadio Petrovski de San Peterburgo se vio ayer un partido extraño, con un guión que favoreció a los visitantes. El choque se paró hasta dos veces por el humo de las bengalas, pero mientras el balón fue el protagonista, vimos la versión más disciplinada y ordenada de los guerreros de Nicosia, que arrancaron un empate a cero que premia el trabajo de una fase de grupos sorprendentemente impecable, en la que han logrado el empate en todos sus desplazamientos y se han llevado el triunfo en los dos duelos en casa –les falta todavía recibir al Shakhtar Donestk-. El Zenit tuvo el balón y las mejores ocasiones, pero en ningún momento pudo organizar sus ataques con comodidad. Ahí estaba el APOEL, ante la mayor oportunidad de su historia, negándose a volver de Rusia derrotado.

De cenicienta a dueño de su propio destino. El equipo de Nicosia ha creído en sus posibilidades pese a que casi todos vaticinaban que en un grupo formado por Zenit, Shakhtar y Porto poco tenían que rascar. Curiosamente en ese grupo, el G, poco mediático pero a priori potente, todo ha salido al revés de cómo se esperaba. Los portugueses, que vieron este verano volar a Inglaterra a André Villas-Boas, el técnico que los llevó hasta el triplete la temporada pasada, partían, con todo, como favoritos. Hoy son terceros aunque dependen de sí mismos para avanzar a octavos, siempre y cuando ganen al Zenit en una última jornada que puede ser de locura. El Shakhtar, revelación del torneo el curso pasado –sólo el Barcelona, el campeón, le paró los pies en cuartos- y con una plantilla que mantiene el nivel pero que había crecido en experiencia, aspiraba a pelear por la primera plaza con el Porto para luego llegar lejos y confirmarse como uno de los importantes del campeonato. Ahora los ucranianos –con dos puntos-  han confirmado su fracaso y ya no tienen ningún tipo de opción. Son la gran decepción del torneo, quién sabe si junto a Chelsea y Manchester City.

Nos topamos otra vez –siempre caemos en la trampa- con la imprevisibilidad del juego. Hay factores con los que no solemos contar a la hora de hacer vaticinios. No es culpa nuestra, quizás estamos demasiado acostumbrados al discurso que habitualmente y de forma comprensible adoptan muchos entrenadores de conjuntos modestos, que se presentan a una cita como la Champions League y confiesan, antes de medirse a equipos de talla mayor, que se dan por satisfechos si pierden dignamente.

El corazón. El entrenador Jovanovic, envuelto en la euforia de después del partido, confesaba que la virtud principal de su equipo es que tiene “un gran corazón”. ¿Cómo se mide el corazón en el fútbol? Si alguien aspira a convertir el juego en una ciencia o en un oficio mecánico, en el que lo imprevisible se prevé, y los retos son una pérdida de tiempo, tiene por fuerza que sentirse desubicado cuando le hablan del “corazón”. ¿Pero a dónde más podemos acudir para explicar lo que ha logrado este equipo, que hace tres meses no podía soñar con algo parecido? A la garra, a las ganas, al corazón.

No hay más allá de lo que se ve, nada de grandes secretos ni fórmulas revolucionarias. El APOEL de Nicosia no desata locuras con su juego, que está basado más bien en el orden y en la limitación de riesgos, un engranaje en el que todos juntos son más fuertes. Un modesto que actúa como tal. Como otros tantos equipos faltos de talento natural o de la chispa que hace más fácil la valentía ofensiva, el APOEL se compacta y se escapa al ataque con escaramuzas. Como cualquier equipo pequeño trata de hacer si se encuentra en problemas o se siente desbordado a falta de veinte minutos, sustituye a su delantero centro para añadir otro mediocentro más, se retira un par de pasos más hacia atrás y se encomienda a su oficio, a un pelín de suerte y a un portero, Urko Pardo, belga de raíces españolas, que ante el Zenit se convirtió en un muro.

Como cualquier equipo pequeño, pues, se defiende, araña y explota sus opciones, aprovechando la guerra que da a los rivales Aílton –brasileño, delantero centro, 3 goles en la Champions-, un solitario que juega escudado por otro brasileño, Gustavo Manduca, que también guarda algo de pólvora en sus botas, además de por el macedonio Trichovski y del capitán, el ‘10’ nacido en Nicosia, Constantinos Charalambidis, una excepción en un conjunto en que la columna vertebral es básicamente foránea, principalmente una mezcla de brasileños y portugueses. En la defensa, un brasileño, Marcelo Oliveira –además de Kaka y Bonaventura- y un portugués, Paulo Jorge, forman en el centro; en el eje del centro del campo, dos lusos más, Nuno Morais, y Hélio Pinto, sin olvidarnos de los brasileños Marcinho o del nombrado Manduca.

Tanta presencia extranjera está más que justificada en un país que no llega a 800.000 habitantes y que necesita de la exportación para alcanzar cotas como ésta. Y una vez conformas las piezas hay que unirlas. El resto es trabajo y, claro, corazón.

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