jueves, 15 de diciembre de 2011

CRÓNICAS DEL SOL NACIENTE: EL VERDE ES BLAUGRANA



por Carlos Martín Rio

El Barça tenía ante sí al campeón asiático, el Al-Sadd qatarí. Era Yokohama, un escenario excepcional, pero las sensaciones no eran del todo desconocidas: los blaugranas tenían mucho que perder. La superioridad que se le supone, la corona que todos coinciden en colocarle –incluso algunos que lo destronaban  minutos antes de que pasara como un tren por el Bernabéu- puede pesar cuando lo único que se espera de ti es ganar sin despeinarte. Es el gran desafío para un técnico como Guardiola, que además de atesorar decenas de méritos deportivos, tiene la virtud de motivar día tras día a sus futbolistas, bajarlos a la tierra y exigirles un rendimiento altísimo en cada encuentro, sea cual sea el rival –el archiconocido “no hay que confiarse”, el célebre “lo que cuenta es el siguiente partido-.

Los qataríes no sorprendieron. Su filosofía, la del uruguayo Jorge Fossati, es visiblemente conservadora. Y lo sería más contra el equipo que tiene el monopolio del balón mundial. El vigente dominador del fútbol asiático, que en la última Champions del continente se deshizo en la final del Jeonbuk coreano, se plantó al borde de su propia área para regalar el esférico y gran parte del terreno de juego a su contendiente. El verde era sólo azulgrana y, a diferencia de lo que vemos últimamente en la liga española, el rival de los chicos de Pep no tenía planeado esmerarse demasiado en molestar la salida de balón del cuadro catalán. Mamadou Niang –el Vélodrome está muy, muy lejos- debió acabar desesperado.

Así, los magos –Thiago, Messi, Iniesta- se pusieron manos a la obra, descubriendo con el movimiento de la pelota las carencias de un muro no tan sólido como representaba el dibujo. A Adriano, que fue titular en el lateral, le regalaron el primer gol los defensas y el portero rivales, y la clase media del Camp Nou tomó las riendas para golear. El brasileño marcó otro más, su compatriota Maxwell hizo el cuarto, ya en la segunda parte, y entre medio, Keita tuvo tiempo para aprovecharse de un servicio medido de Messi para anotar el tercero. Aparentemente sin despeinarse, el  trámite estaba cumplido.

El Barça hizo lo que todos esperaban e incluso se permitió el lujo de regalar algunos detalles estéticos a la hinchada nipona. Pero el precio que se pagó fue demasiado alto. La lesión de David Villa, que se dañó la tibia y podría estar de 4 a 6 meses de baja es una nefasta noticia. El Barcelona pierde una de sus opciones más sólidas en ataque, y el fútbol, en general, pierde casi con toda seguridad al mejor delantero del último Mundial –con el permiso de Forlán- para la cita de este verano en Ucrania y Polonia.

Pero sin Villa y casi sin tiempo para lamentarse, al Barça ya le espera el Santos, que ha llegado con los focos puestos en la magia de Neymar, y con los ojeadores pegados a ese talento tan sudamericano que se llama Ganso. Al campeón europeo le espera el recuperado glamour del fútbol brasileño, esa potencia que crece y que busca los ojos del mundo. 

Para el Barça, la finalísima del domingo representa, como en 2009, una nueva prueba a miles de quilómetros de casa, un nuevo punto álgido para un equipo que sube el Everest cada tres meses. Como dos años antes, cuando tuvo que sudar y hasta creer en los milagros de última hora para superar a un extra motivado Estudiantes de la Plata, quiere sumar el título oficial de mejor equipo del mundo al oficioso que ya posee. De paso, puede vengar sus dos derrotas anteriores contra equipos brasileños en el torneo. En 1992, el Sao Paulo de Raí privó al Dream Team de la corona y en 2006, el Internacional de Porto Alegre alargó la maldición culé en esta competición. Brasil se le resiste.

Es la final soñada, está todo listo para el duelo América-Europa, un año después de la machada del Mazembe. El domingo se juega una Intercontinental con sabor clásico, ambiente japonés y horario estrambótico para brasileños y catalanes. Por falta de encanto, no será. 

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