Desde que empezó la semana sólo pensábamos en el Mundial. Dormíamos en sudafricano, comíamos en sudáfricano y soñábamos en sudafricano. Cuatro años de espera y un bombardeo publicitario incesante ayudan a crear un estado de ansiedad en el aficionado, que se relaja cuando el balón empieza a rodar.
Torrado y Pienaar. (Fifa.com)
Así que ayer estábamos todos pegados al televisor esperando el Sudáfrica-México. Un partido del que a priori se esperaba mucho y que acabó por enseñar lo que más o menos se podía esperar de unos y otros. De los anfitriones hay que destacar que salieron vivos de una mala primera parte en la que los nervios y el miedo a decepcionar a su afición se los comieron literalmente. Pudieron aprovechar esto los mexicanos, pero su timidez en algunas acciones y su poca pólvora en otra nos hicieron llegar al descanso sin goles. La segunda parte acentuó las carencias de la tricolor. Sus defensas parecen jugar en estado de shock o con cemento en las botas cuando el rival empieza a combinar con cierta velocidad. Sudáfrica no es el paradigma del toque y la calidad, pero cuando se pusieron a jugar y lograron hacer un par de diagonales a espaldas de la defensa consiguieron que un chaval desconocido para el mundo llamado Tshabalala hiciera el primer gol del campeonato, colándole la pelota por la escuadra a nuestro amigo el conejo Pérez, un portero capaz de hacer paradas de balonmano y de hockey, pero en ningún caso de fútbol. A partir de aquí, la entrada de Blanco para reforzar (reforzar?!) la delantera mexicana sólo acentuó más esa sensación de cemento en la botas. Tuvo que llegar el gran Rafa Márquez -otro venido a menos, aunque no de forma tan dramática como Blanco- para arreglar el asunto y dar un empate a México que, por otra parte, había hecho méritos más que sobrados para por lo menos sacar un puntito. A Sudáfrica le daba más o menos igual, el Soccer City de Johannesburgo era una fiesta y el zumbido de las vuvuzelas seguía torpedeándonos el cerebro.
Un cerebro que, por otra parte, ya estaba calmado. Ahora que habíamos tenido un partido de fútbol ya se habían relajado nuestras ansias. Dejábamos de ser forofos para ser más o menos analíticos. Y esa es una buena notícia.
Ribery y Arévalo Ríos (Fifa.com)
Uruguay-Francia. ¿Análisis? ¿Francia? ¿Uruguay? De ese partido (un justo 0-0) se puede decir que los dos equipos tienen un grave déficit de construcción. Para los uruguayos sacar el balón controlado desde la defensa es un problema, para los franceses, una odisea. A Ribery se le veía desesperado al ver que no le llegaba un jabulani en condiciones. La brega de Toulalan y la voluntad y el paso adelante de Diaby no son suficientes en un equipo que a veces parece apático y a veces parece simplemente impotente. La última media hora, en la que participó Henry como recambio de Anelka, evidenció todavía más la lentitud con la que se mueven los bleus. Absolutamente indigno y patético. Los urugayos, por su parte, hicieron su fútbol. Victorino, Lugano y Godin estuvieron solventes atrás. Arévalo y el ruso Pérez se pelearon con el personal francés en el centro del campo y Forlán y Suárez, sin demasiada ayuda de Nacho González, mendigaron balones por todo el campo, con un trabajo de desgaste encomiable, que los dejó vacíos cuando la tarea era rematar a puerta. Una pena de partido en general, pero una imagen mucho mejor de los urugayos. Si Francia hace algo en este Mundial será gracias a Gourcuff (que sigue sin atreverse a hacer nada) y Ribery (que no congenía con ninguno de sus compañeros), así que todo parece destinado al fracaso para los franceses.
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