Cuando Mark Hughes relevó a Roy Hodgson en el banquillo del Fulham, se encontró a un equipo ya construído. Pese a las incoraciones del atacante Moussa Dembele y del lateral Carlos Salcido -y la marcha de Konchesky, que partió, con Hodgson, al Liverpool-, el bloque que se encontró Sparky al llegar era esencialmente el mismo que el de la temporada pasada. Uno de los conjuntos más sólidos de Inglaterra, trabajado a la perfección en el aspecto defensivo, y con la imaginación suficiente en ataque para sacar los partidos complicados adelante. Es cierto que el entrenador galés ha sufrido continuos contratiempos en forma de lesiones. La más importante, sin duda, la del delantero de referencia la temporada pasada, Bobby Zamora. De todas maneras, la lesión de larga duración de ariete inglés, no es razón suficiente para explicar la goleada escandalosa que encajaron el domingo los cottagers en casa ante el Manchester City. El Fulham fue una caricatura de aquel equipo que hace sólo unos meses estuvo a punto de conseguir el primer título de su historia. Jugadores cansados de perseguir el balón, desesperados por la presión del rival y erráticos en casi todas las acciones. Más vale que el entrenador galés dé pronto con la tecla que solía apretar Roy Hodgson en los malos momentos, porque si no, los whites pueden llegar a las jornadas finales peligrosamente cerca de esa disputada tercera plaza de descenso. Y todavía es pronto para descartar al Wolverhampton y al West Ham, los dos colistas.
Otro entrenador con problemas es Carlo Ancelotti. Después de perder tres de los últimos cuatro partidos -y desaprovechar, seguramente, la opción de dejar la liga casi sentenciada-, y pese a que el Chelsea se mantiene arriba en la clasificación y con todas las opciones del mundo en la Champions League, los rumores el domingo se centraban en una posible renuncia al cargo del técnico italiano. Los malos resultados no sientan nada bien en Stamford Bridge. Pero en defensa de Ancelotti, cabe decir que el revés del sábado en Birmingham, fue uno de esos partidos que los blues deberían haber ganado 99 de cada 100 veces que lo hubieran jugador. Aunque no es casualidad -cosas del fútbol- que ese remoto 1% de posibilidades aparezca cuando más dudas hay respecto a las opciones del Chelsea esta temporada.
Pero no todo son malas notícias para el líder de la Premier League. Debe ser reconfortante ver que tu perseguidor cae una y otra vez, con más torpeza, incluso, que tú. Porque aunque esta vez el Manchester United si que ganó, el Arsenal volvió a caer de una manera increíble. En el derbi del norte de Londres, disputado en el Emirates Stadium, el estadio de los gunners, la fiesta era roja y blanca al descanso. Un excelso Cesc Fàbregas dirigía con maestría a un equipo brillante en la primera parte que llegó a tener a una ventaja de 2-0 ante un desordenado Tottenham. Pero he aquí la causa de todos los males de este joven Arsenal. Un gol de Bale ajustó el partido e hizo temblar a los de Wenger, que quedaron paralizados mientras no podían hacer más que mirar como los goles del eterno rival iban cayendo uno detrás de otro. Fueron espectadores de una remontada que los spurs van a recordar por los tiempos de los tiempos. Se suma así el Tottenham, pues, a la lucha por la liga. Seis equipos en seis puntos. El Manchester City, renacido, optando de nuevo a aspirar a algo y el fantástico Bolton del genio Owen Coyle, luchando en las posiciones reservadas a los grandes. Una liga al rojo vivo que promete emoción hasta el final.
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