por Carlos Martín Rio
Old Trafford se dio ayer un festín para celebrar por todo lo alto que el Manchester United estará otra vez en la final de la Champions League. No es para menos, pues es la tercera vez en las últimas cuatro temporadas que los ‘diablos rojos’ se plantan en la finalísima (2008, 2009 y 2011). Sobre el comodísimo colchón del 0-2 de la ida, Alex Ferguson se permitió el lujo ayer de dar descanso a muchos de los teóricos titulares de cara al vital partido del domingo ante el Chelsea. Otra ‘final’ en la que se decidirá la Premier League.
Cómo no -¿alguien lo dudaba?-, le salió bien la jugada a Fergie. Era de esperar, sí, porque los de Manchester tienen una impresionante plantilla en la que cada pieza puede ser cambiada por otra sin que el nivel general del equipo se resienta demasiado. Cada una de las posiciones está sobradamente cubierta. Quizás no tienen la brillantez ni el atractivo de 2009, pero está claro que no hay equipo en el mundo que tenga más oficio que el United. Cuando el rodillo se pone a funcionar te va aplastando lentamente. Luego su efectividad, letal, hace el resto.
Con Paul Scholes y Darron Gibson al mando de las operaciones en el mediocentro, Nani y Valencia volando en las alas, y con Berbatov y Anderson en la punta del ataque del ManU, el Schalke sufrió mucho desde el inicio. Salió con un equipo valiente, muy ofensivo, con cinco futbolistas de corte ofensivo (Jurado; Baumjohann, Farfán, Draxler; y Raúl), pero nada pudo hacer ante la maquinaria roja. El irlandés Gibson –¡qué fácil es jugar al lado de Scholes!- asistió a un magnífico Valencia en el primero. Luego él mismo acribilló a un Neuer con las manos de mantequilla para anotar el segundo. De un plumazo se extinguieron las mínimas esperanzas que albergaba el Schalke, que ni siquiera podía contar con la inspiración de su portero. La joya más preciada de los mineros alemanes, cuya cotización se había desbordado tras su fenomenal actuación en la ida, tuvo ayer una decepcionante actuación. Aunque Jurado –el mejor del 04 - recortó distancias antes del descanso, no hubo emoción. La máquina estaba engrasada y el brasileño Anderson se encargó de rematar la faena con dos tantos más. 4-1. Espera Wembley (o Wemberley como les gusta decir a los red devils).
Pero no fue una noche para olvidar en el Schalke. Primero, porque han hecho historia, han superado las expectativas de absolutamente todo el mundo y se han plantado en toda una semifinal de Champions. Su afición los recordará para siempre. Y segundo, porque, pese a jugar un partido gris, Raúl González fue protagonista. El 7 quizás se despidió para siempre como futbolista de la Liga de Campeones, esa competición que ha visto sus mejores partidos y en la que ha dejado su sello. Mientras caminaba hacía el vestuario, con expresión de decepción entre la alegría de los ingleses, debería sentirse en el fondo bastante tranquilo. Él ya dejó su huella en el ‘teatro de los sueños’ un día, hace algunos años.
RESUMEN:
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