jueves, 18 de agosto de 2011

UNA NUEVA DIMENSIÓN; UN MISMO RESULTADO



por Carlos Martín Rio

La primera versión del Barça-Real Madrid 2011/12 acabó de la misma manera que la última de la 2010/11: con los blaugranas celebrando y los madridistas, instalados en la melancolía del ‘casi’.

La evolución de la batalla Mourinho-Guardiola, en un año lleno de intensidad futbolística, vivió un capítulo más. La serie empezó con la inolvidable –para gozo de unos y desgracia de otros- goleada del Camp Nou, en la primera vuelta del pasado campeonato de liga. Aquel 5-0 hizo daño, provocó un terremoto en los cimientos del equipo blanco, que, de todos modos, se ganó, a base de victorias y goleadas, su derecho a seguir luchando por la liga hasta las jornadas finales. Aquella manita fue un oasis –en el que sólo bebieron y se refrescaron los azulgranas, claro está- en medio del desierto de rigidez táctica que nos quedaba por vivir, un preludio engañoso de la partida de ajedrez que los dos entrenadores protagonizarían cuando en la segunda vuelta empezara la famosa maratón de cuatro clásicos en tres semanas.

Acabó en tablas el siguiente duelo, el de liga, ya en la primavera, en el inicio de las famosas “series mundiales”, un empate (1-1) que dio el título de liga virtualmente al Barça, pero en el que los merengues entendieron que el 5-0  fue, ante todo, un despropósito que podía perfectamente evitarse. Mourinho no tuvo reparos en enseñar el as que tenía guardado para la ocasión antes de la final de Copa. Dio un paso atrás en valentía, pero ganó en efectividad, entendió que tutear al centro del campo catalán, el máximo exponente del fútbol de toque, de la posesión mareante, era una temeridad, y apuntaló el medio centro colocando ahí insólitamente a Pepe, un central rudo, malencarado, que, pese a todo, tiene un buen sentido de la colocación. La propuesta salió redonda unos días después, en la final de Copa. El Barça se pasó el partido maniatado, tratando de resolver el entramado táctico que le había preparado su eterno rival. En una acción aislada, Cristiano Ronaldo dio al Real Madrid una Copa que mereció tanto o más que su contrincante, en un partido jugado de poder a poder, el que cada uno enseñó lo que tenía. Una lucha de estilos para la que el entrenador portugués parecía haber encontrado la fórmula de la victoria.

Pero una de las grandezas del fútbol es que no existe la fórmula ganadora. Las matemáticas no sirven más que para sumar los goles en el marcador o los puntos en el casillero. Los dibujos son importantísimos, pero la disposición rectilínea de los arquitectos que se sientan en el banquillo se va al traste cuando un artista empieza a dar pinceladas. Llegó Messi, reventó el Bernabéu con dos goles en la ida de la semifinal de  Champions y noqueó al Madrid en una eliminatoria que, por culpa de ‘La Pulga’ –todo hay que decirlo, estuvo desaparecido en aquel partido de ida hasta la acción del primer gol- tuvo mucha menos emoción en el marcador de lo que cabía esperar. Luego el Barça fue campeón en Wembley y el Madrid, campeón de Copa, se quedó con ganas de más.

Así se llegó a la nueva temporada, a la temprana la Supercopa, después de un verano corto para algunos en el que, por lo menos, se pudieron calmar los ánimos y se pudo volver a hablar de fútbol –es decir, lo que ocurre dentro del rectángulo de césped en el que rueda un balón- en la previa.

Y el Madrid asumió una nueva dimensión. Han pasado unos pocos meses, el mes de abril, aquel abril de locura, no está tan lejos, pero Mourinho ha abandonado ciertos conceptos y su equipo ha evolucionado. Quizás porque se sabía superior en lo físico –la pretemporada en el Barça, para algunos de sus componentes, ni siquiera ha existido-, ambicionó con quitarle el control y la pelota a los de Guardiola. Özil hoy es protagonista, Coentrao y Di María pueden jugar en la misma banda sin tener que ser uno la negación del otro, y no es necesario un triple mediocentro sobrecargado de músculo. Aún así, el Barça sacó a relucir sus quilates y pudo derrotar a un Madrid que hacía tiempo que no causaba tantos problemas –más allá de la antes mencionada final copera- a los de Guardiola. Las individualidades, la pegada, ya no sólo es patrimonio de los blancos. La concepción del juego blaugrana es colectiva, pero cuando así no se llega al objetivo, el rol de las estrellas se magnifica. Messi, Xavi, Iniesta, Villa,… se asocian en un par de acciones y resuelven un partido. Sin más. No ha sido el mejor Barça que pudo haber sido. Aún así, ganó. La felicidad en la abundancia.

Y sí, le costó más y el Madrid fue más valiente. Pero pese a ir más al ataque, ciertas características se mantienen intactas en los blancos. En ocasiones al margen del reglamento, el Real es un equipo duro, que pega, que entra con fuerza y que presiona de manera fiera. Son las marcas de identidad que se mantienen  en los equipos de Mourinho, año tras año, que cumplen una labor intimidatoria que para muchos entrenadores en la historia del fútbol –no, Mou tampoco es el inventor del juego duro- es un factor capital. De todos ellos, sólo se debe recordar con cierto cariño a los que el asunto nunca se les fue de las manos.

Dureza y violencia, excentricismo y locura. En algún sitio tiene que estar la frontera, la línea que no hay que cruzar nunca. El fútbol es fútbol. A veces esta frase tiene sentido.

1 comentario:

Unknown dijo...

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