Entre tanta hostilidad uno puede encontrarle mucha poesía al asunto. Este mediodía el ambiente al inicio del partido en el City of Manchester era absolutamente espectacular. La rivalidad local tiene mucho que ver con el dominio, la víscera y los instintos primarios del ser humano -alegremente civilizados alrededor de un balón-, pero ante espectáculos futbolísticos de tal tamaño uno no puede más que dar las gracias por el afán de los aficionados de llevarse mal los unos con otros. Es el espíritu de la competición, no nos engañemos. No estoy hablando de violencia, ni de nada que se le parezca. Estoy hablando de lo que da sentido al juego. El colorido, la presión, el ruído crece exponencialmente si es el indeseable vecino el que pretende ganarte en tu propia casa. ¿Qué se habrán creído?
Y en unas horas empieza el derbi de la ciudad de Barcelona. Y más de lo mismo. En este caso, si cabe, la desigualdad histórica está todavía más acentuada. El eterno grande que tantas veces ha despreciado al eterno pequeño, aquél que tiene una modesta y fiel afición que en muchas ocasiones aprueba o suspende la temporada de su equipo en función de si ha conseguido o no ganar al todopoderoso vecino. Porque si te enfrentas con alguien que vive lejos y te gana, pues nada, otra vez será y si te he visto no me acuerdo. Si por contra a tu vencendor lo vas a tener que seguir soportando durante días, meses o años enteros, es fácil de entender que hay mucho más que tres puntos en juego.
Viví mi primer derbi barcelonés en la primera vuelta de esta temporada. Les recibimos con aires de grandeza, lo habíamos ganado todo y ellos eran ese equipillo que un día, tarde o temprano, bajará a segunda para nuestro regocijo. Cuando los jugadores saltaron al campo, había una enorme pancarta en las gradas del Gol Sud con un cordial saludo dedicado a los visitantes: "Benvinguts a Barcelona" (Bienvenidos a Barcelona). Les despreciamos. Ellos nos desprecian a nosotros. Así funcionan las cosas. Por eso nos gusta tanto todo esto, ¿no?.
Y resultó que nos dieron una guerra terrible, que mordieron todo lo que se podía morder y sólo les pudimos derrotar con un dudoso penalti que transformó Ibrahimovic con un disparo de una potencia desmesurada para una pena máxima. Es un partido diferente que no responde a ningún tipo de lógica más allá que la que marca el corazón.
La vida sigue su curso más o menos ordenado. Hay un ayuntamiento y un alcalde. Hay un President y una Generalitat. Un Gobierno y un Presidente de Gobierno. Una monarquía y un Rey. El fútbol, en cambio, a diferencia de la vida, se empeña en que cada uno vaya por libre. Lo siento amigo, esta ciudad es demasiado grande para los dos.
El gol de Ibrahimovic en la primera vuelta del derbi barcelonés.
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