Estaba siendo un Mundial bastante irregular. Con algunos destellos, con sorpresas con la firma Jabulani y con un puñado de partidos que realmente valió la pena ver. Cuando acabó la fase de grupos, la intensidad creció y pudimos disfrutar de unos buenos octavos de final. Con los cuartos, hemos empezado a vivir momentos para recordar.
Cada uno de los partidos jugados entre el viernes y el sábado han dejado detalles que permanecerán en nuestros recuerdos, que nutrirán la memoria de los que recuerden este campeonato durante la décadas venideras.
La caída de la Argentina de Maradona, de una forma estrepitosa e incontestable. Ese 4-0 es uno de los momentos más duros de la historia de la albiceleste. Una de las palizas más impresionantes que se ha viso nunca en unos cuartos de final.
También el épico desenlace del Uruguay-Ghana, con el instinto de supervivencia de Luis Suárez y la crueldad de los penaltis cebándose con Asamoah Gyan. Y con el penalti decisivo del Loco Abreu, a lo Panenka, que bien pudo matar del susto a algún aficionado "charrúa".
Quedará en la historia también el Brasil-Holanda. El día que Brasil se dio cuenta de que no puede renunciar a su estilo, que no se puede luchar contra la naturaleza (y la naturalidad) del fútbol. El día que los oranje sacaron su orgullo del baúl de los recuerdos y fueron la versión aguerrida de la naranja mecánica. Con un Sneijder desatado, volvieron a estar entre los cuatro mejores, y tienen una opción real de alzarse con el título Mundial y arrancarse esas espinas que les hacen sangrar desde los años 70.
Y luego está España. El gafe persigue a la roja allá donde va, eso ya se sabe. Y el partido tenía toda la pinta de ser el clásico fracaso español en los cuartos de final. Penalti en contra, penalti fallado, arbitraje de dudosa calidad, poco juego, nervios y falta de puntería. Como si en vez de batir a Justo Villar los de Del Bosque tuvieran que marcar en la porteria de sus propios fantasmas, el gol de la victoria tuvo que tocar tres veces en el palo antes de tocar las redes. Tenía que ser Villa. El gol más importante de España en la historia de los mundiales (junto al de Zarra ante Inglaterra en 1950) tenía que llevar la firma del guaje. Quién si no.
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