miércoles, 7 de julio de 2010

DIARIO DEL MUNDIAL (XIII): NARANJA

¿Ya está? ¿Tan difícil era?
Han tenido que pasar 32 largos años, media vida, para que la selección holandesa se vuelva a plantar en una final. La generación de los Van Basten, Gullit y Rijkaard en los ochenta y la de los De Boer, Bergkamp y Patrick Kluivert en los noventa no pudieron conseguirlo. Grandes nombres, impresionantes futbolistas han vestido la elástica naranja sin ser capaces de vengar a sus padres y abuelos futbolísticos, los pioneros de la escuela holandesa, los que perdieron dos finales consecutivas, en 1974 y en 1978, siempre cayendo a manos de los anfitriones (Alemania Federal primero y Argentina después).


La naranja mecánica de aquellos lejanos años setenta mereció ganar el título, sin duda, pero la fortuna no estuvo de su lado. Su fútbol total, un juego que maravilló al mundo, quedó cruelmente apartada del olimpo de los campeones y sólo obtuvo el insípido reconocimiento moral de los aficionados. Sólo la Eurocopa del 88, la del maravilloso gol de Van Basten en la final ante la Unión Soviética, pudó curar alguna de las heridas abiertas.

Van Basten.

Pero sigue doliendo, sigue siendo sangrante que el fútbol holandés, un referente en la segunda mitad del siglo XX, no se haya nunca alzado como campeón. Ha tenido que llegar una generación menos lucida, menos glamourosa, con un espíritu mucho más práctico, más defensiva, e incluso con un poco menos de calidad, para hacer realidad aquello que ya parecia imposible. El bloque de Van Marwijk, liderado por Robben y Sneijder, lo ha logrado. Han sabido hacer lo que aquellos que les precedieron no pudieron conseguir en los momentos claves (por ejemplo, en 1998, cuando, faltos de confianza, cayeron en los penaltis en la semifinal ante Brasil). No se trata de jugar mejor o peor. La clave es creer en las propias posibilidades y hacer del pasado una bandera y no un lastre. El fútbol neerlandés ha hecho tanto por el fútbol mundial, que no tiene sentido que viva constantemente acomplejado.

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