miércoles, 2 de febrero de 2011

CHELSEA'S NUMBER 9


por Carlos Martín Rio

La marcha de Fernando Torres del Liverpool al Chelsea se puede analizar desde varios puntos de vista. En el aspecto meramente deportivo, pocas pegas se le puede poner a la transacción. Los reds con lo ingresado por el traspaso del Niño, han recibido dinero suficiente para contratar a dos delanteros de altísimo nivel como son el uruguayo Luis Suárez y el hasta ahora futbolista del Newcastle Andy Carroll. Esta nueva dupla es una especie de 2x1 que intentará tapar el enorme agujero que deja la marcha del madrileño a tierras londinenses. Torres es mucho Torres, y aunque su rendimiento esta temporada, ya sea por las lesiones o por la propia dinámica inestable del club, no ha sido tan bueno como en sus primeros tiempos en Anfield, seguía siendo una pieza fundamental, el delantero referencia que los rivales respetaban incluso antes de que llegara a tocar el balón. La marcha de Rafa Benítez no ayudó para nada a que se sintiera más cómodo y ni Roy Hodgson ni Kenny Dalglish han logrado hacerle entender que encajaba como una pieza básica en su proyecto. Marcharse al Chelsea, aspirar a ganar algo esta temporada -por fin empezarse a sentir ganador a nivel de clubs-, es importante para Torres, que ha vivido con desesperación un fracaso tras otro vestido de red. El dinero debe haber sido una razón de peso, como también lo ha sido mudarse a una ciudad con el atractivo de Londres, pero tener la posibilidad de luchar por la Premier seguramente ha acabado de convencer al delantero, que tiene nivel más que suficiente para ser un jugador importante en Stamford Bridge. 

En lo deportivo, pues, para club y jugador, el fichaje no es una mala noticia. Pero se podria haber marchado con mucho más estilo. Si hubiera optado por la sinceridad, por hablar claro a sus ya antiguos aficionados, no tendríamos que ver como queman su camiseta. Un jugador que era tan querido e idolatrado en un club tan grande como el Liverpool, no puede abandonar el equipo de esta manera. Lo ha hecho por la puerta de atrás, casi de incógnito, como si no fuera consciente de la repercusión que tienen sus movimientos para una hinchada que, tras años de gloria, no es capaz de entender como alguien prefiere otro club antes que el suyo. Una vez en Londres, Torres ha llegado a insinuar que ahora está -por fin- en un club grande, como si quisiera dar a entender que un nuevo rico puede ser considerado superior a un club histórico de los de verdad. Eso es lo que no se le perdona, ese ha sido su gran error. Su falta de tacto le ha convertido en una pieza más del jueguecito de Abramovich, del que medio mundo ya está un bastante harto. Son cada vez más en Inglaterra y en el mundo del fútbol en general -empezando por el mismo Kenny Dalglish- los que piensan que alguien debería parar los pies a todos estos millonarios. El magnate ruso se mofa de las deudas y los problemas financieros del fútbol reventando el mercado a golpe de talonario. Los traspasos se han encarecido alarmantemente por culpa de personajes sin tacto que han convertido el deporte en su pasatiempo particular. Han dado con la clave para comprar grandes futbolistas y dar a equipos antes ahogados poder económico y algún que otro título. Y cuando las cosas no van del todo bien sólo hay que hacer otro desembolso galáctico para que todo vuelva a su cauce. ¿Todo está venta? Por suerte, la mística del fútbol, la magia de estadios como Anfield, la grandeza y el prestigio, todavía no. 

Un jugador impresionante, Fernando Torres.

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