por Carlos Martín Rio
Cuarenta y dos años después de ganar la cuarta, el Manchester City levantó su quinta Copa de Inglaterra en el estadio de Wembley. Treinta y cinco temporadas de sequía –el último título de los de Eastlands, una Copa de la Liga, databa de 1976- se acabaron con un disparo de Yaya Touré en el minuto 74. Implacable, con una fuerza de otro mundo, con la rabia de media ciudad de Manchester acompañándolo en su impulso, el marfileño fusiló sin miramientos desde el interior del área. El balón se hundió con violencia en las redes de la meta del Stoke City. Así, en un instante, se acaban los traumas en el fútbol.
El partido resultó ser un tanto brusco, con algunas acciones de especial dureza. La prudencia equilibró el partido. Limitar las virtudes del contrincante era la clave. Así, desactivando los peligros del rival, fue como los de Manchester empezaron a ganar la batalla. Siempre concentradísimo atrás, el City supo defender a la perfección las jugadas a balón parado –saques de banda incluidos-, la gran baza del Stoke. Los de Tony Pulis, un conjunto áspero, rudo y rústico, casi no crearon peligro. Sólo Kenwyne Jones tuvo la opción en sus botas, pero no acertó cuando se quedó sólo ante Joe Hart. Esa acción pudo cambiar la historia. Los alfareros de Stoke-on-Trent no la van a olvidar.
Pero los de Roberto Mancini, sin brillantez, fueron mejores y merecieron llevarse la Copa. Tévez, que puede tener las horas contadas en Manchester, volvió a estar inmenso. Balotelli, su compañero en la punta del ataque, templó sus nervios, dio una exhibición de técnica individual y se vació trabajando para el equipo. Silva, el hombre con más clase del partido, no se achicó y también lo buscó de todas las maneras. Los centrales, Kompany y Lescott, estuvieron sencillamente intratables. Y entre todos ellos, un protagonista: Yaya Touré.
El africano emuló a Neil Young, ese delantero con nombre de músico canadiense que en 1969 consiguió el solitario gol que dio a los citizens la Copa ante el Leicester City. Mucho han cambiado las cosas desde entonces. Hoy el City es un equipo plagado de jugadores extranjeros que cuenta con una millonaria inversión venida de los Emiratos Árabes. En aquella tarde de finales de los sesenta, cuando Young, Summerbee o Francis Lee fueron los héroes, los once futbolistas que saltaron al campo y su entrenador, Joseph Mercer, eran ingleses.
Fue un homenaje. El legendario Neil James Young falleció este invierno a causa de un cáncer a los 67 años. Ayer, al terminar el partido, entre esa marea azul emocionada que se confundía con el cielo, destacaba alguna que otra bufanda roja y negra. Esos colores, los que vistió el Manchester City en aquella final ante el Leicester, son un homenaje al año 1969, a los tiempos pasados, a Young, a los padres, a los abuelos. Los símbolos son importantes en el fútbol. Desde ayer, Yaya Touré es un simbolo para esa generación ‘perdida’ de hinchas skyblues. Se acabó la travesía por el desierto. Para su tranquilidad, ya tienen algo que contar a sus hijos y nietos.
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