por Carlos Martín Rio
El nuevo Wembley, el del siglo XXI, inaugurado en 2007, verá su primera final europea el próximo 28 de mayo. Del viejo, el de las dos torres gemelas, inaugurado en 1923 y derrumbado en 2003, no queda ya más que el recuerdo y la leyenda. No ocupa un espacio físico, pero si un lugar privilegiado en la memoria de muchos clubes y aficionados. Allí se jugaron cinco finales de Copa de Europa. Allí se proclamaron campeones el Milan, el Ajax, el Liverpool y, precisamente, los dos equipos que chocarán en la final del día 28. Es imposible explicar la historia del FC Barcelona o del Manchester United sin pronunciar la palabra ‘Wembley’. Ambos fueron allí reyes de Europa por primera vez.
El gran momento le llegó a los ‘diablos rojos’ mucho antes que a los barcelonistas. Fue en 1968, ante el Benfica de Eusebio. Los de Manchester, vestidos totalmente de azul, ganaron a los portugueses en la prórroga (1-4). Graça empató el gol inicial de Bobby Charlton, pero en el tiempo extra no hubo opción para los lusos. George Best, Brian Kidd y otra vez Bobby Charlton sellaron la victoria y el trofeo se quedó en Gran Bretaña. El United pasó a ser el primer equipo inglés que levantaba la ‘orejuda’ –no el primer británico, ya que el Celtic de Glasgow fue campeón un año antes, ante el Inter en Lisboa-.
Este primer gran triunfo de los de Manchester tuvo un significado muy especial. Se produjo al cumplirse el décimo aniversario del desastre de Múnich, un accidente aéreo que costó la vida a 44 personas, entre las cuales había ocho futbolistas del Manchester United y tres miembros de su cuerpo técnico. Dos supervivientes del fatal suceso, Bobby Charlton y Bill Foulkes, además del técnico del equipo, el escocés Matt Busby, fueron protagonistas en la final de 1968. Diez años más tarde de la destrucción de una brillante generación, el ManUnited dio por concluida la regeneración.
Lo del FC Barcelona, a diferencia de lo sucedido con los red devils, no fue llegar y besar el santo. No triunfó en su primera final. Tampoco en la segunda. Lo intentó en Berna, en 1961, pero el Benfica y los postes evitaron que se llevara el título. Cayó por 3-2. Los tantos de Kocsis y Csibor no fueron suficientes para los catalanes, capitaneados por el portero Ramallets y dirigidos en el campo por el mágico Ladislao Kubala. Más doloroso fue el segundo intento fallido, en 1986. El rival era el Steaua de Bucarest y el escenario un estadio Ramón Sánchez Pizjuán de Sevilla absolutamente preparado para vivir la fiesta barcelonista. El partido, horroroso, se fue directo a los penaltis. En la tanda, ningún culer acertó. El título se marchó a Rumanía ante el asombro de propios y extraños.
Tras esa derrota, el barcelonismo quedó sumido en un estado de aturdimiento que duró exactamente hasta la irrupción del famoso Dream Team a principios de los noventa, un conjunto de ensueño dirigido por Johan Cruyff desde el banquillo. La oportunidad de hacer cicatrizar las heridas de Sevilla llegó en 1992. Wembley era la nueva esperanza de un club que sentía ansiedad y urgencia histórica. Pero la Sampdoria de Vujadin Boskov no le puso las cosas nada fáciles. Se llegó a la prórroga sin goles. Hubo que esperar al minuto 111 para que Koeman, con un impecable lanzamiento de falta, disparara la euforia de la gente blaugrana.
La vieja catedral del fútbol inglés ya forma parte de la mitología futbolística. Barça y Manchester United, como dos devotos peregrinos, viajan al origen de su grandeza actual. El escenario que se van a encontrar es otro, mucho más moderno y con todas las comodidades contemporáneas. Pero enterrado bajo esa espectacular nueva obra arquitectónica, sigue inalterable el espíritu.
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