viernes, 27 de mayo de 2011

WEMBLEY 2011: MAN UNITED (VIDA, OBRA Y... MILAGROS)

por Carlos Martín Rio

¿Existen los milagros? ¿Qué es la suerte? ¿Cómo se manifiesta en el fútbol? ¿Qué probabilidades tiene un equipo de marcar dos goles en el tiempo añadido y remontar así una final de la Liga de Campeones? ¿Es simple fortuna que tu rival se resbale en el momento exacto de ejecutar un penalti que te va a privar del campeonato? Cuando hablamos de la historia reciente del Manchester United tenemos que referirnos a su vida (Sir Alex Ferguson, Ryan Giggs), a su obra (ligas y más ligas, dos Copas de Europa) y también, cómo no, a sus milagros (Barcelona, Moscú).


Ole Gunnar Solskjaer, el asesino silencioso, el que siempre salía con sigilo desde el banquillo, tenía una habilidad especial para marcar goles en los minutos finales de los partidos. Fiel a su estilo, el noruego desbordó la locura en el Gol Norte del Camp Nou el 26 de mayo de 1999, cuando marcó el 2-1 que le dio al Manchester United su segunda Copa de Europa ante el Bayern de Múnich, 31 años después de que los ‘diablos rojos’ consiguieran la primera derrotando al Benfica en el estadio de Wembley. Lo increíble del asunto, muchos lo recordarán, no es sólo que Solskjaer pusiera esa pierna derecha milagrosa en el minuto 92. Lo impresionante es que es que Teddy Sheringham, que también había saltado al campo desde el banquillo, había conseguido el empate a uno en el 91’. Los bávaros, que vencían desde el minuto 6 gracias a un tanto de falta de Mario Basler, asistieron atónitos a una debacle sin precedentes. Las lágrimas del desolado defensa del Bayern Samuel Kuffour forman parte, como los goles de Teddy y Ole, del álbum de una final por siempre recordada.

Pero la diosa fortuna, habitualmente amable con los clubes grandes, le devolvió dos años después al Bayern lo que le había robado en Barcelona. En San Siro, los alemanes vencieron al Valencia en los penaltis y al fin pudieron exorcizar los fantasmas del Camp Nou.  


Tuvieron que pasar nueve años para que los red devils volvieran a una final de la máxima competición. En el estadio Luzhniki de Moscú, el 21 de mayo de 2008, el Manchester United se encontró con el Chelsea en el encuentro por el título. El choque finalizó en empate a uno. Cristiano Ronaldo, de cabeza, adelantó a los de Manchester, pero los londinenses empataron a continuación con un afortunado gol de Frank Lampard. Tras la prórroga, se llegó a los penaltis.

Con empate a 2 en la tanda, un clásico. Esa ley no escrita que dice que la gran estrella del equipo tiene muchas papeletas de fallar su lanzamiento se cumplió. Falló Cristiano Ronaldo para el Manchester United. Los blues empezaban a verse ya levantando la orejuda. El del portugués fue el único error de la serie hasta que se llegó al último de los cinco que debían lanzar los de Londres. El elegido, el capitán, John Terry. Se dirigió al balón con aire confiado, colocándose su brazalete correctamente, como si estuviera retocándose para salir perfecto en la foto de campeones –esta alocada hipótesis tendría alguna validez si John Terry no fuera John Terry-. Él era el elegido para convertir al Chelsea en el primer club de la capital británica en conseguir una Copa de Europa. El United, contra las cuerdas y noqueado. Como en mayo de 1999, sólo un milagro o un acierto de su portero le ayudaría a esquivar la ineludible derrota. Y otra vez ocurrió. Bajo la lluvia moscovita, John Terry cayó al suelo cuando hacía su lanzamiento. Había engañado a Van der Sar, pero su intento se estrelló en el poste derecho de la portería después de que la pierna de apoyo se deslizara por el césped. El portero holandés fue luego el héroe parando a Anelka el último penalti, ya en la muerte súbita. ¿Milagro? Lo único claro es que pocos han recorrido con tanta solvencia los centímetros que separan el llanto del éxtasis 

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