por Carlos Martín Rio
El APOEL es la revelación de la
temporada en Europa y su logro es una de las mayores sorpresas en la historia
reciente de la Liga de Campeones. Los hombres que tiene a sus órdenes el serbio
Ivan Jovanovic se han asentado en lo más alto la historia del fútbol de Chipre, al haberse
convertido en el primer equipo de este pequeño estado mediterráneo que es capaz
de alcanzar los octavos de final de la mayor competición de clubes del
continente.
En el Estadio Petrovski de San
Peterburgo se vio ayer un partido extraño, con un guión que favoreció a los
visitantes. El choque se paró hasta dos veces por el humo de las bengalas, pero
mientras el balón fue el protagonista, vimos la versión más disciplinada y
ordenada de los guerreros de Nicosia, que arrancaron un empate a cero que
premia el trabajo de una fase de grupos sorprendentemente impecable, en la que
han logrado el empate en todos sus desplazamientos y se han llevado el triunfo en
los dos duelos en casa –les falta todavía recibir al Shakhtar Donestk-. El Zenit tuvo
el balón y las mejores ocasiones, pero en ningún momento pudo organizar sus
ataques con comodidad. Ahí estaba el APOEL, ante la mayor oportunidad de su
historia, negándose a volver de Rusia derrotado.
De cenicienta a dueño de su propio
destino. El equipo de Nicosia ha creído en sus posibilidades pese a que casi todos
vaticinaban que en un grupo formado por Zenit, Shakhtar y Porto poco tenían que
rascar. Curiosamente en ese grupo, el G, poco mediático pero a priori potente,
todo ha salido al revés de cómo se esperaba. Los portugueses, que vieron este
verano volar a Inglaterra a André Villas-Boas, el técnico que los llevó hasta
el triplete la temporada pasada, partían, con todo, como favoritos. Hoy son
terceros aunque dependen de sí mismos para avanzar a octavos, siempre y cuando
ganen al Zenit en una última jornada que puede ser de locura. El Shakhtar,
revelación del torneo el curso pasado –sólo el Barcelona, el campeón, le paró
los pies en cuartos- y con una plantilla que mantiene el nivel pero que había
crecido en experiencia, aspiraba a pelear por la primera plaza con el Porto
para luego llegar lejos y confirmarse como uno de los importantes del
campeonato. Ahora los ucranianos –con dos
puntos- han confirmado su fracaso y ya
no tienen ningún tipo de opción. Son la gran decepción del torneo, quién sabe
si junto a Chelsea y Manchester City.
Nos topamos otra vez –siempre caemos
en la trampa- con la imprevisibilidad del juego. Hay factores con los que no
solemos contar a la hora de hacer vaticinios. No es culpa nuestra, quizás
estamos demasiado acostumbrados al discurso que habitualmente y de forma comprensible
adoptan muchos entrenadores de conjuntos modestos, que se presentan a una cita
como la Champions League y confiesan, antes de medirse a equipos de talla
mayor, que se dan por satisfechos si pierden dignamente.
El corazón. El entrenador Jovanovic, envuelto en la euforia
de después del partido, confesaba que la virtud principal de su equipo es que
tiene “un gran corazón”. ¿Cómo se mide el corazón en el fútbol? Si alguien
aspira a convertir el juego en una ciencia o en un oficio mecánico, en el que
lo imprevisible se prevé, y los retos son una pérdida de tiempo, tiene por
fuerza que sentirse desubicado cuando le hablan del “corazón”. ¿Pero a dónde
más podemos acudir para explicar lo que ha logrado este equipo, que hace tres
meses no podía soñar con algo parecido? A la garra, a las ganas, al corazón.
No hay más allá de lo que se ve, nada
de grandes secretos ni fórmulas revolucionarias. El APOEL de Nicosia no desata
locuras con su juego, que está basado más bien en el orden y en la limitación
de riesgos, un engranaje en el que todos juntos son más fuertes. Un modesto que
actúa como tal. Como otros tantos equipos faltos de talento natural o de la chispa
que hace más fácil la valentía ofensiva, el APOEL se compacta y se escapa al
ataque con escaramuzas. Como cualquier equipo pequeño trata de hacer si se encuentra
en problemas o se siente desbordado a falta de veinte minutos, sustituye a su
delantero centro para añadir otro mediocentro más, se retira un par de pasos
más hacia atrás y se encomienda a su oficio, a un pelín de suerte y a un
portero, Urko Pardo, belga de raíces españolas, que ante el Zenit se convirtió
en un muro.
Como cualquier equipo pequeño,
pues, se defiende, araña y explota sus opciones, aprovechando la guerra que da
a los rivales Aílton –brasileño, delantero centro, 3 goles en la Champions-, un
solitario que juega escudado por otro brasileño, Gustavo Manduca, que también
guarda algo de pólvora en sus botas, además de por el macedonio Trichovski y
del capitán, el ‘10’ nacido en Nicosia, Constantinos Charalambidis, una
excepción en un conjunto en que la columna vertebral es básicamente foránea, principalmente
una mezcla de brasileños y portugueses. En la defensa, un brasileño, Marcelo Oliveira
–además de Kaka y Bonaventura- y un portugués, Paulo Jorge, forman en el centro;
en el eje del centro del campo, dos lusos más, Nuno Morais, y Hélio Pinto, sin
olvidarnos de los brasileños Marcinho o del nombrado Manduca.
Tanta presencia extranjera está
más que justificada en un país que no llega a 800.000 habitantes y que necesita
de la exportación para alcanzar cotas como ésta. Y una vez conformas las piezas hay que unirlas. El resto es trabajo y, claro, corazón.
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