por Carlos Martín Rio
John Terry explicaba ayer en la rueda de prensa previa al
partido contra el Nápoles, la vuelta de los octavos de final de la Liga de
Campeones, que si el Chelsea es capaz de levantarse, puede hacer todavía una de
las mejores temporadas de su historia. Aunque frases así se pueden interpretar como
simples exageraciones o utopías que no se cree ni su propio autor, nadie puede
negar que a 14 de marzo, antes de las 19.45 de la tarde (hora londinense), los blues siguen vivos en la FA Cup y en la
Liga de Campeones.
Pero si saltamos de la frialdad de las tablas
clasificatorias, los números y los calendarios, a la realidad del vestuario de
un equipo y de los despachos de un club, vemos que bajo el Bridge, el río anda revuelto. Tras la marcha forzada de André
Villas-Boas, después de que precisamente el Nápoles le cavara la tumba en la
ida de la eliminatoria que se decide esta noche, el club de oeste de Londres ha
visto fracasar un ambicioso proyecto de reconstrucción con el que buscaba,
principalmente, reconstruirse sin renunciar a la élite.
La fórmula de éxito instantáneo, por unas razones o por
otras, no la llevaba consigo el prodigio Villas-Boas, por mucho que pareciera
que en Porto se había especializado precisamente en eso. Roberto Di Matteo, que
ocupará el cargo dejado por el portugués hasta el final de la temporada, tiene
la oportunidad de demostrar que puede ser él quien guie la transición diseñada
por la cúpula de Roman Abramovich. Mientras lucha por conseguirlo y trabaja por
reconstruir un equipo plagado de talento pero sin alma colectiva, se suceden las
visiones apocalípticas del futuro.
Aunque Terry hable de lo grande que puede llegar a ser la
temporada, en el Chelsea saben –el mismo capitán lo reconoce-, que el auténtico
objetivo es volver a estar presente el curso que viene en la Liga de Campeones.
La posibilidad que el himno de la Champions no se escuche en la 2012-13 en
Stamford Bridge supondría un trauma deportivo y económico. El modelo de
negocio implantado por el magnate ruso, como todos los proyectos faraónicos de
estas características, necesita tener presencia en la máxima competición un año
detrás de otro. El crecimiento exponencial que ha experimentado el club en la década
de los 00 ha inflado un globo que corre el riesgo de explotar. La renovación es
inevitable mientras la generación de Lampard, Drogba y el mismo Terry busca un
final a la altura de su grandeza. Ellos, los pesos pesados, cargan con la culpa, pero aparentan mantenerse de pie mientras todo a su alrededor se tambalea por
el miedo la mediocridad.
Conseguir la clasificación para la Champions por la vía Premier
League sigue pareciendo factible, aunque la lucha con el Tottenham y el Arsenal
será feroz. En los meses primaverales, decisivos, el estado de ánimo es clave,
y por eso esta noche es especial. Para los jugadores del Chelsea, caer en casa y
salir del campo con la cabeza baja –quién sabe si abucheados-, podría ser un
golpe casi definitivo para su moral. En cambio, remontar el 3-1 al
peligrosísimo equipo de Mazzarri calmaría considerablemente la desagradable sensación que causa vivir tan cerca del abismo. Sobrevivir una semana más. ¿Para qué?, se
preguntarán algunos. ¿Quién está dispuesto a ir saltando del cielo al infierno
continuamente pretendiendo no quemarse? El Chelsea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario