jueves, 15 de julio de 2010

THE KING OF HIGHBURY

El tiempo pasa, inexorable. Es una batalla perdida. Cuando la carrera de un deportista se agota, se agota, y suele ser un error prolongar la agonía. Es de sabios saber cuando apartarse para no dejar nunca de estar en lo más alto.
La pasada temporada, Thierry Henry evidenciaba que ya no tenía ninguna ilusión por jugar al fútbol de primer nivel. Ya lo había gando todo, y es humano dejar de tener hambre cuando ya has saciado tus ansias de triunfo. (Muy humano, sí, aunque es cierto que cobró un año de contrato por estar prácticamente de vacaciones. Ya lo discutiremos otro día, que hoy estoy en plan emotivo).
Fichó por el Barcelona en el verano de 2007 con el objetivo de ser campeón de Europa. Dejó atrás su lluviosa casa futbolística y se embarcó en su última gran aventura, en una ciudad soleada que le esperaba con gran ilusión. Consiguió levantar el máximo titulo continental en su segunda campaña en el Camp Nou, su mejor año. A partir de ahí, descansó. Y hasta luego.
A los barcelonistas les queda el fantástico recuerdo de aquel 2009. A los gunners, mucho más. Les queda toda una eternidad para dar las gracias a su 14.


Ahora el gran Titi ha firmado su último gran contrato en la liga de los Estados Unidos. Con 32 años, se va a Nueva York a vivir nuevas sensaciones, a seguir haciendo anuncios de nike, y a acabar de labrarse una "jubilación" que, sin duda, merece. Porque la suya ha sido la carrera de un grande. La de uno de los mejores jugadores de la historia del Arsenal y la de un hombre clave en el mejor Barça de la historia. La de un campeón de Europa y del Mundo con la mejor selección francesa de todos los tiempos. No es para tomárselo a la ligera. Porque él es el hombre de los goles maravillosos, el que no faltaba en los resúmenes de la tele los domingos por la noche en la juventud de muchos de nosotros. El indiscutible rey de aquel entrañable campo que se conocía como Highbury (que no es poco).
Henry, un icono de una forma plástica de entender el fútbol. Pausado, callado, a veces triste y a veces apático. El que celebra los goles sin perder la compostura, incluso desafiando a su propia afición cuando las cosas no van todo lo bien que deberían ir. Todo un carácter que el año pasado se apagó casi por completo y que sólo se encendió cuando tuvo que usar la mano (otros la llamarían la mano de Dios) para llevar a su país al Mundial. (nota: mejor que no aparezca por Dublin en una temporadita)
Los futboleros siempre lo hemos defendido. Titi es así. Los artistas tienen un carácter especial. Y lo sé, se diluyó cuando la orejuda estuvo entre sus manos y ya no quiso continuar... ¿Y qué? Todas las estrellas tienen su ocaso, y él decidió apagarse cuando estaba en lo más alto. No es el momento de criticarlo, ya lo hemos hecho lo suficiente. El fútbol, más allá de lo que pueda conseguir en su lucrativo viaje al otro lado del charco, está cerca de perder al Titi Henry jugador, y ahora nos toco a nosotros (el fútbol es de los aficionados, recuerdo) elevarlo hasta donde se merece. Los que crecimos viendo sus goles y nos enamoramos del fútbol (en especial del fútbol inglés) en parte gracias a él, le debemos muchísimo, de veras. 
Gracias Henry por hacer un poquito más grande a este deporte.


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