Cuando el curso del destino se encapricha con algo puede ser de lo más cruel. Justo tenía que ser un 26 de junio. El 26 de junio de 1996, River alzaba su segunda –y última- Copa Libertadores de América con un equipo que rebozaba de figuras y talento con Francescoli, Ortega, Crespo, Almeyda, Sorín, ‘Mono’ Burgos. Quince años más tarde, ayer, el capricho del destino sentenció que ese mismo River descienda al Nacional B por primera vez en sus 110 años de vida.
Si veinte años no es nada, quince mucho menos y así los hinchas que se fueron a dormir como campeones de América se despertaron en la B. Las argumentaciones de cómo se llegó a esta situación ya las esbozamos la semana pasada. Son muchas y variopintas, desde el saqueo económico de una dirigencia corrupta que alimentó la violencia con la financiación de la barra brava hasta la incompetencia de futbolistas y entrenadores que no estuvieron a la altura de un club como River Plate.
Miles de mensajes invadían ayer las redes sociales, atónitos por el descenso de un grande. “Uno en la vida se prepara para ver morir a los padres o que lo entierren sus hijos, pero nunca se prepara para ver descender a su equipo”, decía uno. Y más cuando ese equipo es el más campeón del fútbol argentino, club en el que jugaron tipos como Alfredo Di Stéfano, Adolfo Pedernera, Norberto Alonso, Ubaldo Fillol, Amadeo Carrizo, Ramón Díaz, Enzo Francescoli. O en la historia reciente Andrés D´Alessandro, Pablo Aimar, Javier Saviola, Javier Mascherano, Gonzalo Higuaín o Radamel Falcao García.
No hay consuelo que detenga el mar de lágrimas y alivie un dolor en el corazón que no pasará ni con un ascenso, ni con un campeonato, ni con una Libertadores. Quedará para siempre como un estigma, una cicatriz que al menos servirá para no olvidar todo lo que se hizo mal, para nunca más repetirlo. Saber también que la pérdida de categoría del ‘Millonario’ no ha pasado por alto. Ha sido portada en diarios de Uruguay, Chile, Brasil, México, Italia, España y más. Si tanta repercusión tiene es porque algo ha hecho este gigante a lo largo de su historia.
River ha perdido el derecho a jugar en Primera y ya no forma más parte de esa élite que compartía con Boca e Independiente de ser los únicos que jamás han bajado. Pero no por eso ‘La Banda’ pierde sus 33 campeonatos locales, sus cinco internacionales, el título honorífico de Campeón del Siglo XX, el reconocimiento mundial marcado por un estilo de juego que ha sido escuela -pese a que en los últimos años se haya perdido la memoria- y un semillero inagotable de talentos que han paseado su arte y su gloria por los más potentes equipos del fútbol europeo.
Ahora sólo queda hacer de tripas corazón y aguantar la tormenta de gastadas, mofas y demás barbaridades que mientras no sobrepase el límite de lo soportable debe entenderse dentro de ese vacío que justifica atrocidades como es el ‘floklore’ del fútbol. Debe haber mucha autocrítica, debe exigirse auditorías a las gestiones de José María Aguilar y Daniel Passarella, debe contratarse a un entrenador de la casa (¿Almeyda? ¿Gallardo?) que transmita a estos jóvenes voluntariosos lo que es el club, debe llevarse a cabo un proyecto serio que haga funcionar nuevamente el semillero (Pekerman está desocupado), debe acabarse la joda de ‘Los Borrachos del Tablón’ que, escudados en el sentimiento y el aguante y con la violencia como mecanismo coercitivo, ha destrozado la economía y la imagen de la institución. Deben hacerse tantas cosas… pero lo más importante es cobijar a los jóvenes que dieron la cara.
Porque ¿qué culpa tienen el ‘Tucu’ Pereyra o Erik Lamela? ¿Qué culpa tienen Mauro Díaz, Cirigliano, González Pírez o ‘Keko’ Villalva? Ninguna. Estos pibes, que ninguno supera los 21 años, pusieron la cara por Aguilar, por Passarella, por Gorosito, por Cappa, por Simeone, por todos los que tuvieron mucha culpa. Pusieron la cara por los jugadores que vinieron por un año, no jugaron más de una veintena de partidos y se fueron con muchos dólares. Estos pibes pusieron la cara por muchos de los que profesaban su amor por el club pero se iban a otros equipos. Y estos pibes hicieron una campaña de 57 puntos que tuvo a River como 5º clasificado con boleto a la Copa Sudamericana, pero los promedios lo obligaron a la promoción.
Y en la promoción ya sabemos no se juega, se lucha. Y en un entorno en el que las piernas pesan el doble, la presión es asfixiante, el dramatismo inusitado, lo más apropiado son los grandes. JJ López, que con el de ayer carga cuatro descensos en su haber –Unión, Instituto y Talleres los anteriores-, puso en Córdoba a todos los chicos juntos. Incluso alguno, como Mauro Díaz, apenas si había jugado un partido en el año. Los mandó a la jaula de los leones. Por ejemplo, Rogelio Funes Mori que fue titular en Córdoba ayer ni siquiera estuvo en el banco. El entrenador los quemó, los incendió, a los mismos chicos que el desarrollaba como Coordinador de Divisiones Inferiores antes de asumir en la primera.
La marcha de la bronca puede continuar pero ya no tiene sentido. Demasiado bombardeo mediático obliga a un esfuerzo de poesía para tratar de filtrar la buena información de la mala, un análisis sensato de otro de las entrañas. Y para escribir, lo mismo. Ya no sé si escribo con la cabeza o con el corazón, que se me parte en mil pedazos. En todo caso pido disculpas pero como diría Pablo Neruda sólo “puedo escribir los versos más tristes” esta tarde. Y la tristeza es oscura y por ello desordenada.
Lo claro es que River sigue siendo River con su barro y su gloria. No es el primero, ni será el último gigante en caer. Desde Manchester United, Milan, Juventus, Atlético Madrid, Chelsea, Olympique de Marsella, hasta Corinthians, Fluminense, Gremio, Univesidad de Chile, San Lorenzo, Vélez y Racing todos han bajado al infierno. Y todos volvieron y a ninguno se les cayeron los anillos. El United se convirtió en el más campeón de Inglaterra, la Juve sigue siendo la más ganadora de Italia, Milan ganó cuatro Champions desde su regreso a la Serie A, el Atlético Madrid ganó Europa League y Supercopa de Europa y podemos seguir contando los títulos de los grandes que volvieron y fueron millones. Ninguno ha dejado de ser grande, ninguno perdió sus glorias del pasado y todos se reinventaron.
Por más doloroso que sea hay que saber que más bajo no se puede caer. Todo lo que venga de acá en adelante tiene que ser positivo. Eso sí, hay que dejar la soberbia de lado. Passarella tiene que abrir el club y permitir la participación de la oposición. Esto no lo levanta una sola persona. Es el momento de refundar a la institución y encontrar y castigar a los culpables, sólo así River recuperará lo que hace diez años ha perdido: el éxito y la distinción como leit motiv.
Si veinte años no es nada, quince mucho menos y así los hinchas que se fueron a dormir como campeones de América se despertaron en la B. Las argumentaciones de cómo se llegó a esta situación ya las esbozamos la semana pasada. Son muchas y variopintas, desde el saqueo económico de una dirigencia corrupta que alimentó la violencia con la financiación de la barra brava hasta la incompetencia de futbolistas y entrenadores que no estuvieron a la altura de un club como River Plate.
Miles de mensajes invadían ayer las redes sociales, atónitos por el descenso de un grande. “Uno en la vida se prepara para ver morir a los padres o que lo entierren sus hijos, pero nunca se prepara para ver descender a su equipo”, decía uno. Y más cuando ese equipo es el más campeón del fútbol argentino, club en el que jugaron tipos como Alfredo Di Stéfano, Adolfo Pedernera, Norberto Alonso, Ubaldo Fillol, Amadeo Carrizo, Ramón Díaz, Enzo Francescoli. O en la historia reciente Andrés D´Alessandro, Pablo Aimar, Javier Saviola, Javier Mascherano, Gonzalo Higuaín o Radamel Falcao García.
No hay consuelo que detenga el mar de lágrimas y alivie un dolor en el corazón que no pasará ni con un ascenso, ni con un campeonato, ni con una Libertadores. Quedará para siempre como un estigma, una cicatriz que al menos servirá para no olvidar todo lo que se hizo mal, para nunca más repetirlo. Saber también que la pérdida de categoría del ‘Millonario’ no ha pasado por alto. Ha sido portada en diarios de Uruguay, Chile, Brasil, México, Italia, España y más. Si tanta repercusión tiene es porque algo ha hecho este gigante a lo largo de su historia.
River ha perdido el derecho a jugar en Primera y ya no forma más parte de esa élite que compartía con Boca e Independiente de ser los únicos que jamás han bajado. Pero no por eso ‘La Banda’ pierde sus 33 campeonatos locales, sus cinco internacionales, el título honorífico de Campeón del Siglo XX, el reconocimiento mundial marcado por un estilo de juego que ha sido escuela -pese a que en los últimos años se haya perdido la memoria- y un semillero inagotable de talentos que han paseado su arte y su gloria por los más potentes equipos del fútbol europeo.
Ahora sólo queda hacer de tripas corazón y aguantar la tormenta de gastadas, mofas y demás barbaridades que mientras no sobrepase el límite de lo soportable debe entenderse dentro de ese vacío que justifica atrocidades como es el ‘floklore’ del fútbol. Debe haber mucha autocrítica, debe exigirse auditorías a las gestiones de José María Aguilar y Daniel Passarella, debe contratarse a un entrenador de la casa (¿Almeyda? ¿Gallardo?) que transmita a estos jóvenes voluntariosos lo que es el club, debe llevarse a cabo un proyecto serio que haga funcionar nuevamente el semillero (Pekerman está desocupado), debe acabarse la joda de ‘Los Borrachos del Tablón’ que, escudados en el sentimiento y el aguante y con la violencia como mecanismo coercitivo, ha destrozado la economía y la imagen de la institución. Deben hacerse tantas cosas… pero lo más importante es cobijar a los jóvenes que dieron la cara.
Porque ¿qué culpa tienen el ‘Tucu’ Pereyra o Erik Lamela? ¿Qué culpa tienen Mauro Díaz, Cirigliano, González Pírez o ‘Keko’ Villalva? Ninguna. Estos pibes, que ninguno supera los 21 años, pusieron la cara por Aguilar, por Passarella, por Gorosito, por Cappa, por Simeone, por todos los que tuvieron mucha culpa. Pusieron la cara por los jugadores que vinieron por un año, no jugaron más de una veintena de partidos y se fueron con muchos dólares. Estos pibes pusieron la cara por muchos de los que profesaban su amor por el club pero se iban a otros equipos. Y estos pibes hicieron una campaña de 57 puntos que tuvo a River como 5º clasificado con boleto a la Copa Sudamericana, pero los promedios lo obligaron a la promoción.
Y en la promoción ya sabemos no se juega, se lucha. Y en un entorno en el que las piernas pesan el doble, la presión es asfixiante, el dramatismo inusitado, lo más apropiado son los grandes. JJ López, que con el de ayer carga cuatro descensos en su haber –Unión, Instituto y Talleres los anteriores-, puso en Córdoba a todos los chicos juntos. Incluso alguno, como Mauro Díaz, apenas si había jugado un partido en el año. Los mandó a la jaula de los leones. Por ejemplo, Rogelio Funes Mori que fue titular en Córdoba ayer ni siquiera estuvo en el banco. El entrenador los quemó, los incendió, a los mismos chicos que el desarrollaba como Coordinador de Divisiones Inferiores antes de asumir en la primera.
La marcha de la bronca puede continuar pero ya no tiene sentido. Demasiado bombardeo mediático obliga a un esfuerzo de poesía para tratar de filtrar la buena información de la mala, un análisis sensato de otro de las entrañas. Y para escribir, lo mismo. Ya no sé si escribo con la cabeza o con el corazón, que se me parte en mil pedazos. En todo caso pido disculpas pero como diría Pablo Neruda sólo “puedo escribir los versos más tristes” esta tarde. Y la tristeza es oscura y por ello desordenada.
Lo claro es que River sigue siendo River con su barro y su gloria. No es el primero, ni será el último gigante en caer. Desde Manchester United, Milan, Juventus, Atlético Madrid, Chelsea, Olympique de Marsella, hasta Corinthians, Fluminense, Gremio, Univesidad de Chile, San Lorenzo, Vélez y Racing todos han bajado al infierno. Y todos volvieron y a ninguno se les cayeron los anillos. El United se convirtió en el más campeón de Inglaterra, la Juve sigue siendo la más ganadora de Italia, Milan ganó cuatro Champions desde su regreso a la Serie A, el Atlético Madrid ganó Europa League y Supercopa de Europa y podemos seguir contando los títulos de los grandes que volvieron y fueron millones. Ninguno ha dejado de ser grande, ninguno perdió sus glorias del pasado y todos se reinventaron.
Por más doloroso que sea hay que saber que más bajo no se puede caer. Todo lo que venga de acá en adelante tiene que ser positivo. Eso sí, hay que dejar la soberbia de lado. Passarella tiene que abrir el club y permitir la participación de la oposición. Esto no lo levanta una sola persona. Es el momento de refundar a la institución y encontrar y castigar a los culpables, sólo así River recuperará lo que hace diez años ha perdido: el éxito y la distinción como leit motiv.
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