por Carlos Martín Rio
Cuando un hecho excepcional se repite con frecuencia en un
espacio de tiempo relativamente corto, puede perder parte de su encanto. El
misterio, el suspense y la expectación que pudieron haberlo rodeado un día corren
riesgo de desaparecer. Ante los sucesos pocos habituales, la decepción es una
reacción natural que pone freno a la imaginación exacerbada. En cambio, cuando
la decepción se instala en lo cotidiano, crea una sensación de amargura muchos
nunca acaban de superar. Por suerte, otra vez más, y ya van unas cuantas en
menos de un año, un clásico entre clásicos, el Barça-Real Madrid, no decepcionó.
Con el recuerdo del último partido de liga todavía vivo –la sensación
de déjà vu era general cuando los
jugadores saltaron al campo-, la enésima partida de ajedrez entre Mourinho y
Guardiola, la primera de 2012, la de Copa, se empezó a jugar en las pizarras. El portugués volvió a la fórmula
del éxito del curso pasado, la que paró los pies a los culés en la final de
Copa de Valencia. Con la premisa ofensiva de correr y con un centro del campo
cargado de músculo, el nombre propio en el once blanco, más allá del poderoso
Cristiano, del cerebral Xabi Alonso o del salvador Casillas, fue el de Pepe. El central volvió al
centro del campo, un territorio en el que triunfa si el objetivo es el acoso,
la brega, y la pelea –términos que, en este caso, no hay que tomarse en sentido
figurado-. Y así el Real dejó de ser el equipo en progresión que ha resuelto con brillantez
algunos de sus partidos de liga para volver a mostrarse voluntariamente menor que su
gran rival.
El Bernabéu se creció con el gol de Cristiano. El Barça sabía que
la tormenta es inevitable en los primeros minutos, y supo resguardarse mejor
que en el choque liguero de unas semanas atrás, pero de la nada el portugués
sacó un disparo centrado que sorprendió a un Pinto quizás demasiado frío. El
gol, paradojas del fútbol, no hizo bien al Madrid, que se conformó con confiar
en un nuevo robo en el centro del campo para buscar el segundo y se fue
echando atrás. Cuando se erigió la figura de un enorme Busquets y los
catalanes dejaron de sufrir en la construcción, la eliminatoria empezó a
volverse azulgrana.
El grado de dominio visitante se pudo ir midiendo con el
crecimiento del nivel de desesperación de hombres como Xabi Alonso, un jugador
con clase capaz de sacrificarse, pero que lo pasa mal al verse persiguiendo sombras.
No pudo contar a su lado con la colaboración de Pepe, que, con una pésima actuación,
quizás nos libró de volverlo a ver otra vez merodeando por un centro del campo.
El Madrid regaló así la pelota al Barcelona, que dominó y
dominó, tocó y tocó, y volvió a dar un ejemplo de calma, paciencia y sangre
fría. Guardiola y sus jugadores se superan ya no tanto porque su estilo se vaya
depurando partido a partido. Los blaugranas, en encuentros clave como el de ayer,
demuestran de sobras que lo suyo no es sólo brillantez y superioridad en
términos puramente futbolísticos, técnicos. A nivel mental, también crecen. Un
asesino que se sabe superior, que te lleva a su terreno sin que te des cuenta, que sabe desde el
principio que te va a acabar matando. Confianza. Las triangulaciones en el área propia,
las paredes en campo propio o ver a los porteros actuando como libres no son simples frivolidades. Son señales de identidad de un equipo que vive, triunfa y algún
día morirá siendo fiel a un estilo. Sigue siendo esa la diferencia más evidente hoy en día entre barcelonistas y madridistas, más allá de títulos o resultados pasajeros.
2 comentarios:
Per quan l'anàlisi del partit de tornada?
Creus que el Mandril us va superar a la tornada precisament per culpa del resultat de l'anada?
com pots comprovar, fa temps que no trobo un moment per escriure al blog.
De tota manera, sé llegir entre línies, i capto la provocació. Et sembla aquest un blog "partidista"?
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